"Aquí estoy. Como ves, no fallo a mi cita de cada tarde. Ojalá pudiera decir de ti que al menos una tarde acudiste a mi encuentro. ¿Será hoy esa tarde? Ya casi he perdido toda esperanza. No entiendo tu manera de actuar. No tenías prevista una cita con mi Margaret pero quisiste encontrarte con ella, no tenías cita con mi único hijo pero también lo buscaste y, para mi desgracia, lo encontraste. Aún así no tengo miedo a tu llegada, es más, soy yo quien te espero y ya estoy siendo demasiado paciente, ¿no crees? Dios mío, ¿por qué eres tan testaruda? Yo ya no tengo nada que ofrecer. ¿Has visto mis manos? ¡Están muy viejas! ¡Son inservibles! ¿Sabes que me tengo que valer de las dos para coger un vaso? y hay veces que se me cae al suelo y barrer todos los cristalitos me es imposible...
No sé que quieres de mi, Soy un soldadito de juguete cansado y viejo que tú insistes en poner en primera línea de combate siempre. ¿Por qué no te apiadas ya? Estoy solo, sin ganas ni fuerza para cualquier cosa. Por favor..."
Así, tras la plegaria, el anciano empezó a sentir cada vez menos el dolor propio de su edad hasta que este desapareció. La muerte, por fin, se apiadó de él.
Sí, hoy, día de Navidad, estoy pesimista.
domingo, 25 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
¿Sabes?
Ayer, mientras paseaba descalza por la arena de la playa te recordé. ¿Sabes? Paseaba de noche, sí, de noche. La gente suele abandonar la playa de noche, pero yo quise hacerle compañía para ahogar su pena y consolarla. El problema fue que yo me sentía más sola que ella y por eso acabé adoptando el rol de paciente y ella el de psicóloga. Me preguntó por mi tristeza y solo pude contestarle con tu nombre. Me preguntó por la razón de mi respuesta y solo pude contestarle con un nombre de mujer a la que, llámame mentirosa, pero juro que no odio. ¿Sabes? La playa me comprendió y, por su puesto, lo hizo mucho mejor que cuando tu intentabas ponerte en mi lugar. Usó su problema para darme lecciones. Me contó que ella también lloraba por las noches, me contó que de noche se sentía sola, me contó que la gente también la abandona por ir a otros sitios, pero sobre todo me contó que siempre amanece y, cuando amanece, vuelve a contemplar los besos de los enamorados, a los padres corriendo tras sus hijos, vuelve a ver las risas, los llantos por tenerse que marchar, las bromas que se gastan unos a otros, los nombres que se calcan en la arena... Y me contó, que aunque parezca que todos se lo pasan bien, por alguna razón, acaban marchándose cuando anochece. ¿Sabes? En ese momento suspiró y me dijo: "Pero ahora tú no me abandonas, las personas que no valen la pena vienen y van, las especiales se quedan. Y ahora mira a tu derecha -descubrí la silueta de un chico- ninguno de los dos lo sabéis, pero os estáis buscando" Él miró hacia su izquierda y, llámame loca como tantas otras veces has hecho, pero entre tanta oscuridad pude ver su sonrisa. ¿Sabes? Vi la sonrisa de un desconocido antes que la tuya, ¿extraño, no?
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