De acuerdo, fui yo la que intentó alejarse de él. De acuerdo, fui yo la que empecé a dudar de sus intenciones, pero se me hace tan raro no verle… Todo ha pasado tan deprisa. ¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? ¿Ahí llega mi historia? Veo a Julio y Noelia juntos. Juntos aún. Julio siempre trata de verla, incluso el último día de clases la pasó a recoger para celebrar que el curso había terminado y mientras tanto yo sola. En casa actúo para no exteriorizar delante de mis padres que hecho en falta algo. Con Noelia es imposible, me conoce demasiado bien y con Julio… con Julio apenas hablo. No sé porqué pero aún no hemos cogido confianza entre nosotros dos y que conste que sé que es una gran persona, pero nuestros corazones no terminan de abrirse.
En estos días me siento sola, demasiado. Julio y Noelia han salido a cenar y a mí me toca ser la amiga soltera que pasa el fin de semana en casa viendo el canal de veinticuatro horas unos noticias que empiezan con un “Buenas noches” y después pasan a mostrarte porque no son precisamente eso, porque no son buenas. Mis padres también han salido, ni más ni menos que a la ópera, ¿a quién se le ocurre? Nunca han ido y justo esta noche se les ocurre la fantástica idea. Y todo ¿para qué? Para hacerme sentir más sola y pensar más en el pasado y pasado tan solo es sinónimo de un nombre… Un nombre que no quiero pronunciar.
Ding dong. Contra todo pronóstico, el timbre suena y a mí me queda la duda de si eso es una buena noticia o una noticia aún peor que las que estoy viendo por televisión. Me resigno y me levanto para abrir a sabiendas de que eso significará no volver a tomar en toda la noche la buena postura que había tomado en el sofá. Abro la puerta y aunque no sé que cara tengo en este momento, sé que me cambia al ver a la persona que está al otro lado. Noelia se abraza a mi cuello y consigue sacarme media sonrisa. El abrazo lo interrumpe Julio tosiendo a propósito, lo observo al otro lado del abrazo, viene cargado con un par de cajas de pizza, dos botellas de coca-cola y una cantidad de golosinas y snacks que debería ser pecado.
-Siento interrumpir el momento, pero necesito descargar todo esto ya.
Noelia no duda en entrar en mi casa y sentarse en el sofá. Resoplo. Sigue siendo la misma. Cojo uno de los refrescos y unas cuantas bolsas de aperitivos para ayudar a Julio y él me lo agradece con un guiño. Desparramamos la mercancía por la pequeña mesita auxiliar que hay entre medias de la tele y el sofá. Una mesita que es sagrada y que lo único que ha soportado en sus más de veinte años de vida es el peso de un periódico, pero que hoy tendrá que tirar de coraje y aguantar las porquerías que van a comer los tres jóvenes que tiene delante. Noelia no duda en cambiar el canal de la televisión y hace zapping hasta dar con un programa de cámaras ocultas. Julio mientras tanto ya ha cogido una porción de pizza y se la lleva a la boca.
-¿Por qué estáis aquí? -es lo único que se me ocurre preguntar.
-Necesitas compañía, ¿y quién mejor que nosotros? -responde Noelia sin apartar la mirada del televisor.
La noche transcurre mientras desaparece la comida de la mesita que cada vez tiene que soportar menos peso. Sin duda el más tragón es Julio, pero ni Noelia ni yo nos quedamos atrás. Durante la cena pillo en más de una ocasión a Julio mirándome, casi se podría decir que intentando hurgar en el interior de mis ojos, robando sentimientos que son míos. No tarda en apartarme la mirada en cuanto yo también lo observo. Nunca me había pasado nada parecido con él.
La pareja decide irse, ya es bastante tarde y yo deduzco que mis padres no solo habrán ido a la ópera, tardan demasiado. Me despido de mi amiga con un abrazo y de Julio con dos besos rápidos, mecánicos, ni él ni yo nos sentimos cómodos el uno con el otro.
Termino de recoger todo el estropicio. Ya es hora de dormir, no pienso esperar a mis padres toda la noche. Subo las escaleras y entonces y de nuevo contra todo pronóstico: Ding dong. Maldigo a la persona que hay tras la puerta, no tengo idea de quien puede ser, pero la maldigo por inoportuna. ¡Estas no son horas de visita! Ignoro a la persona que hay tras la puerta y sigo subiendo las escaleras, pero vuelve a insistir. Din dong. Es entonces cuando la duda y el sentimiento de culpa se apoderan de mí. ¿Y si es algo importante? ¿Y si algún familiar ha caído enfermo? ¿Y si es… No, imposible. De todas formas abro.
-¿Qué tal?
¡Sorpresa! ¿Perdón? ¿Qué hace aquí Julio? Tardo en reaccionar. Nunca he estado con él a solas. Esto es incómodo. ¿Qué hace aquí? En fin ya he abierto, no puedo librarme de la situación.
-¿Puedo pasar? -pregunta sin que yo aún haya articulado palabra. Asiento con la cabeza y sigo sin hablar.
Julio entra y se sienta en el sofá. Misterioso, inquietante, indescifrable, enigmático… Sin duda, Julio me ha sorprendido. El chico nota mi silencio y vuelve a coger la iniciativa.
-Te he mirado mucho esta noche.
-Sí, me he dado cuenta.
Se acabó. No puedo aguantar más. Es hora de dejar de ser tan tímida con Julio. Vayamos al grano.
-No entiendo tu visita.
-¿Sabes? Lo de cenar esta noche aquí ha sido idea mía. Sé que lo estás pasando mal…
-¿Es normal que lo pase mal?
-Supongo.
-Hace más de un mes que no sé de él.
-Ni yo. Desapareció de repente.
-Me he parado muchas veces frente a su puerta y no he sido capaz de llamar. Estoy confundida, todo ha sido muy rápido.
-No está en su casa. Su madre tampoco sabe de él.
-¿Crees qué esta…
Julio tiene el valor que a mi me falta y es capaz de terminar la frase sin que le tiemble la voz.
-…muerto? No, no creo.
Respiro profundamente y miro a la persona con la que estoy hablando. Aún me parece increíble estar a solas con Julio. Me arranco y le abro de una vez por todas mi corazón.
-Al principio lo odiaba, a él y a ti. Pero no sois lo que aparentáis, desde fuera se os ve de otra manera. Me fui acercando a él y cuando estaba más cerca mi padre me advirtió, me hizo dudar y yo no le oculté mis dudas. Se marchó enfadado, es normal, lo eché de mi casa y, ahora que no está, lo tengo más claro que nunca. Lo quiero.
-Es normal que haya dudas, celos y demás tonterías. Esto -se da un golpe en el lado izquierdo del pecho, donde está el corazón- no es de piedra y esto -se señala la cabeza con el dedo índice- es una máquina de confusión, una máquina capaz de imaginar cualquier cosa.
Julio vuelve a sorprenderme. Si alguien me hubiese hablado sobre su forma de expresarse cuando habla en serio, hubiese creído que se trataba de una broma. Por desgracia, su don de palabra, no es capaz de sanar mi situación y tras una extensa charla, desaparece calle abajo entre las luces artificiales de las farolas.
Vuelvo a empezar a subir las escaleras para intentar conciliar el suelo, pero de nuevo me detengo. Alguien introduce la llave y entra. Es mi madre.
-¿Ha estado aquí tu padre? -Niego-. ¿Dónde se habrá metido?
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