Se despierta y mira el despertador que hay sobre su mesita. La una. Casi es la hora de comer y ella aún ni se ha levantado. De locos. Nunca ha sido una dormilona quizá por eso sus padres le permiten que hoy se de el gustazo. Mira a su derecha. Erik sigue durmiendo en la misma posición. No se ha movido lo más mínimo. Ainhoa sonríe. Su sueño no iba tan mal encaminado después de todo. Se acerca a él y se sienta apoyando su espalda en el espaldar de la cama. Le empieza a acariciar el pelo mientras piensa en la conversación de la noche anterior, aunque se acostaron tan tarde que lo adecuado sería decir “la conversación de antes”. La quiere. Lo dijo sin ningún reparo, sin insinuaciones y ahora ella está más confundida que nunca. Hace apenas unas horas Erik era la clase de chico con el que jamás estaría, pero ahora…
Erik abre los ojos y la sorprende acariciándolo. Ella no se da cuenta de que está despierto hasta que la saluda.
-Buenos días ángel de la guarda.
-He pasado de niña mala a ángel de la guarda.
-Y yo de mafioso a perro -señala con su mirada la mano con la que le está acariciando.
Erik le dedica una sonrisa picaresca, Ainhoa deja de acariciarlo de inmediato y se desliza hacia el extremo opuesto de la cama. Parece que el Erik de siempre ha vuelto. Una pena. Se había enamorado del Erik medio moribundo y romántico de la noche anterior.
-Imbécil. ¿Ya te has olvidado de lo que dijiste ayer? Sabía que mentías y que hoy no te acordarías de nada.
-¿Pero quién te ha dicho que te alejes? Es mas, si quieres, te dejo que me des un masaje erótico.
Ainhoa le da un guantazo y Erik cambia su sonrisa por un gesto de dolor a la vez que se lleva la mano a la cara. Otra vez esa sensación. ¿Se puede saber por qué me duelen más sus golpes que los que me dan en El Descampado? No tiene sentido.
-Creo que, en vez de ser una niña mala, eres como un cable de alta tensión, siempre dispuesta a dar el calambrazo.
Se arrastra sobre el colchón y vuelve a su lado. Ella lo mira seria.
-Pues no te acerques, quizá te haga daño.
-Me gusta el riesgo.
Erik acerca lentamente su cara a la de Ainhoa, pero cuando la va a besar ella se aparta, sale de la cama y se pone en pie.
-Ten cuidado, los valientes viven en los cementerios.
Erik abandona el colchón y se pone frente a ella. Se acerca a su oído y le susurra.
-Y los cobardes nunca ganan.
Le da un beso tierno en la mandíbula. Ainhoa traga saliva.
-¿No te acuerdas de lo que me dijiste ayer?
La mira serio. Confuso consigo mismo. Sin saber que responder. Se acuerda. Por supuesto que se acuerda. Pero también se arrepiente. Se arrepiente por haber dado el primer paso. Para Erik es como una derrota. Se suponía que era ella la que acabaría rindiéndose a la evidencia. Él es demasiado orgulloso.
-No me acuerdo. ¿Dije algo malo?
Ainhoa piensa bien la respuesta y no responde hasta estar del todo segura.
-Si decías la verdad eres el rey que hace sentir bien a los demás, pero si mentiste eres el rey de los idiotas. Por otro lado puede que si te acuerdes y ahora mismo estés disimulando porque te da vergüenza.
-¿Y en ese caso, que sería?
-El rey de los cobardes.
-¿Y tú, qué reina eres?
-Es un título que debes otorgarme tú.
-Lo pensaré mi reina.
-¿Y tú? ¿Cuál de los tres reyes eres?
-Creo que soy el… -está apunto de pronunciar la palabra “cobarde”, pero rectifica- el que ya no lucha para Cavallari.
Ainhoa busca en su mirada durante un tiempo intentando encontrar algo que desvele que lo que dice no es cierto. Pero no ve en sus ojos nada sospechoso y es entonces cuando Erik se vuelve más perfecto aún. No puede contenerse y se abalanza sobre él envolviéndolo entre sus brazos. Incluso le besa tiernamente la cabeza.
Erik, que no esperaba es reacción, no puede hacer otra cosa que sonreír y abrazarla.
Justo en ese momento alguien abre la puerta de par en par.
-Ainhoa ya va siendo hora de…
Carlos Lucena interrumpe sus palabras al ver a su hija abrazada a un chico. Tose para que los jóvenes se den cuenta de que está allí y que los ha visto. Erik y Ainhoa se separan enseguida.
-¿Papá? ¿Desde cuándo abres sin llamar?
-¿Y tú desde cuando metes chicos en mi casa?
Ainhoa se dispone a gritarle algo a su padre, pero Erik se da cuenta, le tapa la boca e interviene él.
-Ayer tuve un problema y su hija me ayudó. Eso es todo.
-¿Y por eso habéis dormido juntos?
-No la he tocado. Ni siquiera nos llevamos bien.
El policía se acerca. Agarra a Erik de la camiseta, que aún la lleva puesta del día anterior, y le da un tirón para que salga de la cama. El padre respira aliviado al observar que está completamente vestido. Pero, aún así, debe escarmentarlo, así que lo agarra del cuello de la camiseta y le clava la mirada con total seriedad.
-Hablaré con tus padres, ¿cómo te llamas?
-Erik Rivas, señor.
Erik Rivas. Al escuchar ese nombre, Carlos lo suelta. Rivas. Rivas. Rivas. El apellido del chico hace eco en su cabeza una y otra vez. Derrama una lágrima sin darse cuenta.
Ainhoa y Erik se miran confusos. La chica se preocupa por su padre.
-¿Te pasa algo, papá?
El policía no puede reaccionar. No puede escuchar otra cosa que no sea ese apellido. El mismo apellido que no escuchaba desde hacía dos años. Tiene que llamar a Santi para decirle que él también ha tenido un encontronazo con el hermano de Alex. Sale corriendo del dormitorio sin dar explicaciones.
Tanto Ainhoa como Erik mantienen la misma posición durante unos minutos. Ninguno sabe lo que le ha podido pasar a Carlos.
Erik rompe el hielo.
-Me tengo que ir, mi reina.
-Te acompaño hasta la puerta.
Bajan las escaleras en silencio y se despiden en la calle.
-Adiós, mi reina.
-Adiós, mi rey… ¡Un momento! ¿Es verdad que ya no eres un mafioso o es otra de tus mentiras?
-Te diré una cosa, no soy el rey mentiroso.
Y dicho esto se marcha y deja a Ainhoa reflexionando. <<No soy el rey mentiroso>> Así que descartado que lo de la noche anterior fuese mentira. Ya solo queda el rey que hace sentir bien a los demás y el cobarde.
Mi reina. La llama así y ese apodo es muchísimo mejor que el de niña mala. ¡Ni punto de comparación! Después de todo va a resultar que es el rey cobarde… cosa que no sería del todo cierta ya que enfrentarse a Cavallari no es de cobardes.
Vuelve a entrar en casa sin poder dejar de pensar en el apodo de su rey.